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Necesidad del otro: nuestra forma de relacionarnos con los demás

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Por Ana Villarrubia Mendiola.

El estilo de apego que desarrollamos desde los primeros años de vida y que  de alguna manera marca nuestro modelo de relación social durante la primera infancia se impregna en nuestro estilo de relación social de manera profunda. No es justo ser aquí tan determinista, todas las experiencias que vamos acumulando con el paso del tiempo modulan nuestro carácter y nuestras tendencias de acción pero no hay duda de que las experiencias sociales tempranas son tremendamente significativas y  guían de alguna manera las experiencias futuras, contribuyendo sobremanera a marcar el ritmo de muchas de ellas.

Nuestras primeras relaciones sociales, a través de la figura de apego (que normalmente es la madre pero también puede ser el padre, un familiar, un cuidador, etc.) inician nuestro modelo de relación social y este nos acompaña de manera casi constante a lo largo de toda nuestra vida.

La repercusión de lo social en nuestra vida cotidiana es total. ¿Cuántas de sus alegrías y de sus preocupaciones tienen que ver con otras personas? La mayoría responderá que prácticamente todas.  Nos reunimos para compartir experiencias, nos importa quienes sean nuestros compañeros de trabajo, compartimos aficiones y hobbies con personas afines, nos gusta quedar con nuestros amigos, tendemos a buscar una pareja  con quien compartir un proyecto de vida, nos rodeamos de familia en los momentos importantes… Y sufrimos también cuando algunos de estos grupos sociales nos falla o consideramos que no nos ha apoyado lo suficiente.

En definitiva, somos seres sociales.

Y tenemos un estilo de relación con los demás. Obviamente compartimos niveles de intimidad diferentes con diferentes personas  por ellos  las relaciones difieren también entre si pero, en líneas generales, nuestro patrón se repite y se asienta precisamente en la medida en la que lo vamos repitiendo.

Por ejemplo:

Quien tiene miedo a rechazo suele experimentarlo ante toda relación novedosa (y no tan novedosa si este miedo es más intenso), quien necesita de manera reiterada de la aprobación incondicional del otro rara vez llega a sentir que la obtiene plenamente, quien necesita del contacto del otro suele buscarlo más intensamente tanto en la pareja como en los amigos, quien rehúye la intimidad mantiene la mayoría de sus relaciones en un plano superficial que le permia no exponerse demasiado, quien teme que le hagan daño se protege casi contantemente e incluso tiene a atacar como defensa pues prefiere esto ante que dejarse herir, quien aprendió que la atención solo se obtiene tras una florida demostración de necesidad suele desplegar esta conducta aprendida cuando cree que es necesario, quien teme ser abandonado pues aprendió que esto es relativamente frecuente tiende a sentir ansiedad ante toda relación significativa, etc.

Como comentaba una estupenda compañera mía en un post sobre apego en la infancia en el día de ayer, estableciendo en vínculo de apego aprendemos qué nivel de seguridad y protección podemos esperar de nuestro entorno, hasta qué punto hemos de pelear para que nos hagan caso, qué nivel de proximidad podemos llegar a obtener con una persona, hasta qué punto están dispuestos los demás a satisfacer nuestras necesidades y, entre otras muchas cosas, hasta qué punto están dispuestos los otros a ser negligentes con nosotros, en el pero de los casos.

La responsabilidad de la figura de apego es enorme, aunque esto no significa que sus errores sean imperdonables o incorregibles puesto que aprendemos  a través de una enorme cantidad y sucesión de pequeños intercambios sociales diarios.

Nuestra primera relación, no nos determina ni nos graba a fuego en la mayoría de los casos, pero sí marca, junto con la idea que tenemos de nosotros mismos, un estilo de relación con los otros que tenderemos a repetir en la medida en la que la sociedad vaya confirmando las expectativas que ya nos hemos generado con respecto a ella.

Y dependiendo de cómo de intensamente la anticipemos, toda expectativa puede llegar a convertirse en profecía auto cumplida.

 

 

Ana Villarrubia Mendiola dirige el gabinete de Psicología Aprende a escucharte en la calle Alonso del Barco nº 7, en Madrid.


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